Los objetivos del artículo son dos: a) identificar la explicación individualista sobre el delincuente; b) distinguir la explicación que al respecto ofrece Eugenio Raúl Zaffaroni.
<< ¿Quién es el individuo que comete el delito?>> —Se pregunta Hilda Marchiori “…qué le ha sucedido al individuo para que en un momento de su vida cometa un delito, es decir el fracaso individual para controlar sus impulsos y manifestar su agresión patológica.” (2004: 13). Y los mexicanos contestarán en coro: << ¡Está loco!, ¡Se le zafó un tornillo!>>. El coro no se equivoca, el perito tampoco. Sin embargo, la pregunta crítica es: ¿Quién lo puso así? La criminóloga informa que la cuestión criminológica “…apunta al conocimiento de la historia del individuo, al conocimiento de su personalidad y a la relación delito-personalidad.” (Marchiori, 2004: 13) Parece lógico, si el sujeto cometió un delito porque le falta un tornillo, entonces es necesario meterlo al taller, averiguar qué tornillo le falta y ponérselo. No se pretende discutir si los clínicos son necesarios o no. Pero, esa explicación individualista no es suficiente ni satisfactoria.
Se ha puesto a la vista de todos que la criminalización secundaria es la acción punitiva ejercida sobre personas concretas. “Es el acto de poder punitivo por el que éste recae sobre una persona como autora de un delito.” (Zaffarani, Alagia, Slokar, 2009: 12). Para ello la sociedad ofrece estereotipos y, advierte Zaffaroni, que “Al estereotipo no lo inventan las agencias ejecutivas, sino que lo construye la comunicación montada sobre prejuicios sociales.” (Zaffaroni, 2009: 24)
Los prejuicios (racistas, clasistas, xenófobos, sexistas) van configurando una fisonomía del delincuente en el imaginario colectivo, que es alimentado por las agencias de comunicación: construyen una cara de delincuente. Quienes son portadores de rasgos de esos estereotipos corren serio peligro de selección criminalizante, aunque no hagan nada ilícito. Llevan una suerte de uniforme del cliente del sistema penal, como pueden llevarlo los médicos, lo enfermeros, los albañiles, los sacerdotes o los mecánicos. Así como se supone que cada uno lleva esas señas externas ejerce su profesión y no dirigimos a él para requerirle servicios aunque no lo conozcamos personalmente, del mismo modo sucede con las señas estereotipadas del delincuente: esperamos que delinca, tanto nosotros como las agencias ejecutivas. (Zaffarani, Alagia, Slokar, 2009: 12). Zaffaroni se pregunta ¿Cómo se asume el estereotipo? Al querer aclarar de plano cambia la pregunta: ¿Por qué alguien termina comportándose como se supone que debe hacerlo según el estereotipo? Y responde que los psicólogos suelen explicarlo apelando a la teoría del “chivo expiatorio” en las familias patológicas.
Bibliografía
Marchiori, H. (2004). Criminología. Teorías y pensamientos. México: Editorial Porrúa S. A.
Zaffaroni, E. R. (2009). Estructura básica del derecho penal. Buenos Aires, Argentina: EDIAR.
Zaffaroni, E. R., Alagia, A., & Slokar, A. (2005). Manual de derecho penal, Parte General. Buenos Aires, Argentina: EDIAR.
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