Catástrofe |
La leche se mezclaba con la sangre. El cántaro de leche estaba volcado. El lechero, sentado en la banqueta, tenía el cuchillo clavado a la altura del estómago. La muerte se aproximaba lenta, con la misma lentitud con que la sangre se combinaba con la leche. Serían las siete de la mañana. Presenciar un homicidio es impactante. Observarlo a los seis años de edad deja huella en la memoria.
Hoy se sabe que el tipo objetivo sistemático de homicidio se integra con la exteriorización de la conducta, el resultado (o mutación del mundo), el nexo causal entre la conducta y el resultado, la posibilidad de imputación del resultado como obra propia (Zaffaroni, 2009: 83-84). Pero, en aquellos años, doña Chona tocaba de puerta en puerta y gritaba a voz en cuello: <<¡Lo mataron!>>. El pueblo a esa hora ya estaba despierto, pues a las ocho de la mañana los niños entrarían a la escuela. El lechero era una persona que moría.
Una conducta (la puñalada). Un resultado (el apuñalado está muerto). Un nexo causal entre conducta y resultado (el lechero no está muerto por un infarto masivo producido dos minutos antes de la puñalada, sino porque ésta lesionó un órgano vital). Pero, Gabriel Marcel llevaba razón en su filosofía de la muerte, pues pasado el tiempo de la alarma, los terceros no sintieron la muerte del lechero porque le sobrevivieron. El lechero no sintió su propia muerte, pues sencillamente se murió. Solamente aquellos que lo amaban sintieron su muerte.
¿Existió la posibilidad de imputar la muerte del lechero a alguien? No lo sé. Si lo hubo, entonces durante el juicio de lo criminal, aquel trabajador dejó de ser el lechero para convertirse en el sujeto pasivo del homicidio o, simplemente, el “pasivo”. Seguramente tenía una esposa o una concubina como se estilaba, probablemente varios hijos, pues en esa época las parejas solían procrear con frecuencia. Se decía que el único placer de la gente pobre era tener hijos. Éstos durante la averiguación previa se cubrirían con el velo de la expresión “los ofendidos” y pronto desaparecerían tras de los polvos del olvido.
Si los perseguidores del delito no encontraron a nadie cuando el homicidio estaba en llamas (in fraganti), apagadas con la blancura de la leche, entonces se dio fe de “cuerpo muerto”, se levantó el cadáver y el lechero se transformó en un expediente polvoriento, alimento de polillas o sostén de elegantes telas de araña. Nadie movería un dedo para iniciar una investigación. En aquellos años y en la ciudad capital se formaba una policía científica y se invertía en costosos laboratorios, pero no para investigar la muerte de un integrante de la clase trabajadora.
De repente emerge la pregunta qué sería de las víctimas (aquellos que amaron al lechero), ¿La esposa encontró quien la mantuviera o se prostituyó para darle de comer a los hijos?, ¿Los hijos tuvieron escuela o, si se lograron, serán también lecheros?, ¿Vivirían aún los padres y hermanos del trabajador? Algún cínico dirá que el lechero se convirtió en estadística y que las víctimas no cuentan.
Bibliografía
Zaffaroni, E. R. (2009). Estructura básica del derecho penal. Buenos Aires, Argentina: EDIAR.
No hay comentarios:
Publicar un comentario